sábado, 2 de abril de 2016

Se adivinaba el tranvía


Joan Perucho 
(1920-2003)
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Quedaron restos de las coronas, alguna flor de siempreviva, minúsculos desperdicios de lustrina funeraria. Cuando la puerta del piso se hubo cerrado, durante cinco o seis minutos, por primera vez, la soledad y el silencio quedaron subrayados por la sorda y distante vida de la calle. El vidrio de alguna ventana trepidaba suavemente al impulso del rumor apagado de un coche: se adivinaba el tranvía, el eco de una voz. Una insólita hoja de árbol fue proyectada, yerta, contra el balcón, hizo un movimiento circular y se detuvo casi en el borde mismo de los hierros de la baranda.

Rosas, diablos y sonrisas. Madrid, 1990. Pág, 123